El imperio de los sentidos*

sábado, 21 de febrero de 2015

Todos los poemas llevan un lobo dentro, Alondra.
Ella se balanceaba al ritmo de las aguas de la desgracia,
imaginando un futuro mejor, añorando
la dejada en los brazos del ardor pasado.

- Pedro Molina –

Mi primer acercamiento a la literatura erótica sucedió cuando aún era un crío, lo que en México se denomina escuincle, castellanizado del náhuatl Itzcuintle que, “en buen cristiano” se dice: Culo Caliente.

Entre los 11 y 12 años, la pre pubertad y le imaginación hacen que un niño comience a preguntarse con temor ¿Qué es esto tan rico que siento? El temor, venía sembrado por aquella famosa cita bíblica en la que un dios cruel y vengativo, da muerte a un hombre por no derramar “su semilla” dentro de la esposa de su hermano, sino en la tierra.

Algún descuidado había dejado una revista de esas que tienen fotos de muchachas que se dejan retratar desnudas, muy a la mano del escuincle que fue el que esto escribe, obviamente, la vista y la imaginación, jugaron un papel preponderante en lo que, poco a poco se fue despertando.

Luego, en un puesto de revistas, entre periódicos y comics de Kalimán, Memín Pinguín, Rarotonga, la infaltable ¡Alarma! (la revista más famosa de sucesos que ha existido en México) Lágrimas y Risas y otras tantas, había unos pequeños “libritos” de esos de “puras letras” con portadas y títulos sugestivos bajo un gran título único: “Memorias de una pulga”.

Valió la pena invertir los cinco pesos en un “cuentito” de puras letras, pues los relatos que ahí venían, despertaron tanto la imaginación del escuincle que, poco después, utilizando un poco el lenguaje “artístico” y otros detalles, lograba andar metiendo mano debajo de las faldas de sus condiscípulas sin que ellas se opusieran ni “rajaran”.

Cuando todavía era más joven, dijera Sabina, conocí a Henrry Miller y su trópico de Cáncer, buscando más, logré dar con su famosa trilogía Plexus, Sexus, Nexus y poco después, con la maravillosa literatura de Marguerite Durás y su multicitada "El Amante".

Todavía, no sabía la diferencia entre pornografía y erotismo y sin embargo, me llamaba mucho la atención que, las láminas de los libros de biología que mostraban los órganos reproductores no me excitaran, en cambio, la sola mención de una línea de Sabines o Miller, una canción de Emmanuel, el título de un poema de Neruda e incluso, el aroma del shampoo de la hermosa prima Gina, lograban despertar las más increíbles sensaciones que un pre púber pueda imaginar y sentir.

Luego, llegaron los años de secundaria y prepa y con ellos, más lecturas, el precoz despertar sexual, el cine erótico, la famosa 9 ½ semanas, Betty Blue y por supuesto, La Jornada dominical (El tabloide más leído en México durante los 80’s) que concluía, en su suplemento, con los relatos de Andrés de Luna “Erotismos”, fue entonces cuando comenzamos a comprender la enorme diferencia.

Como una suerte de poesía mística cargada de intelectualismo, define Andrés de Luna al erotismo, hay quienes aseguran que éste, nada tiene que ver con la pornografía, sin embargo, Catherine Millet en su obra La vida sexual de Catherine M. dice que siempre que se menciona la palabra pornográfico tiene un sentido sensor, y tiene razón, tal como lo dijera en su  momento John Lennon "Todos pueden matar a la luz del día, pero no nos está permitido amarnos a plena luz del día".

Lo pornográfico, aseguran los que presumen conocer, fundamenta su éxito en el oído y la vista que despiertan las ganas, el apetito sexual y ávido de lujuria, el de vivir encerrado en un cuarto oscuro con una ninfómana hasta desfallecer mientras que, el erotismo, usa un lenguaje lateral y subversivo, muy parecido al del amor, para capturar a sus víctimas y llevarlas al éxtasis total haciendo, para ello, gala de todos los sentidos, incluido el olfato ya que, la memoria olfativa, es de las más poderosas armas que tienen los recuerdos, para mantener vivas las “historias Inconfesables” que perduran por siempre, válgase la redundancia, en la memoria.

Pedro Molina Moreno lo sabe y por ello, en su escritura busca reflejar el deseo de más de uno cuyas ansias esperan desbocarse en una playa de cálida piel donde naufragar sea, un ardid más para volver a encallar en la playa de una piel...

Sabemos perfectamente que, las mejores historias que tenemos, son las que no podemos contar, las que, con recordarlas, se nos enchina la piel y encabritan las ansias para perdernos en ese deseo que, sólo podemos satisfacer personalmente, para no manchar con el pecado de la comparación, el sublime encanto de la felicidad efímera de una tarde de verano, una noche de lluvia o una madrugada de invierno en una alameda cualquiera, entre la humedad fría de los árboles y aquella otra, que guarda el calor del trópico escondido entre unas maravillosas columnas de mujer.

Los relatos de Pedro Molina, joven periodista y escritor español, originario de Murcia y que, como muchos soñadores, es aficionado a la literatura, el rock y obviamente, las mujeres, han sido agrupados bajo el título singular de "Historias Inconfesables", decimos singular aunque quizá estén dentro del más común de los lugares: El imaginario colectivo, sin embargo, logra despertar el apetito por el placer e incluso, el deseo por el amor, aunque este sea... de paso.

Llegar a los textos de Pedro Molina Moreno no ha sido una casualidad, después de que las redes sociales (Esas maravillosas Celestinas anónimas) nos han puesto por todos lados y el buscador más famoso y popular de todos, nos lleva hasta el culo del mundo; ha sido un músico (Compartimos casi las mismas aficiones) quien nos puso en contacto, poco después, sus textos tuvieron la suerte de ser leídos mucho antes que La Divina Comedia de Dante, que aún espera, empolvándose, sobre la mesita que está a la cabecera de mi cama.

Sé, no fue casualidad que nos conociéramos, aunque sea virtualmente ya que, lo que define, desde nuestra muy humilde perspectiva, al ser humano, es lo que ha vivido y lo que ha leído o en otras palabras, su experiencia plasmada, en un volumen que, literalmente, ha sudado tinta para nacer.

Fueron la noche, el café y los cigarrillos quienes lograron el resto; comencé a leer así, por compromiso, como un autómata; analizando prácticamente letra por letra los textos que conforman sus "Historias inconfesables" e irónicamente, debo confesar que, a pesar de la voraz prisa de la lectura, tuve que regresar al principio, para poder deleitarme con esos relatos que son, como el acto carnal mismo: cortos, largos, tenues, emplazadores, embisten, acarician, deleitan, subyugan, reprimen, aferran, Eros y Tanatos buscando quedarse con el más maravilloso trofeo de todos, la memoria del lector...

Los textos de Pedro Molina son así, suaves, encantadores y mantienen al lector en vilo, así, sin respirar ante el hecho que, predecible, uno espera saber cómo sucederá; como buen periodista, Molina Moreno lleva al lector no de la mano, sino como un alucinógeno que aumenta la dosis de dopamina en el cerebro y lo mantiene cautivo ante los relatos que, en más de una ocasión, esconden mucho más que sólo el erotismo.

Nos gustaría y mucho, poder leer su libro en México, tal vez alguna editorial nos eche la mano y puedan dar cuenta de cuanto señalamos sobre los relatos eróticos de Pedro Molina, si por nosotros fuera, haríamos lo conducente para incluir sus "Historias Inconfesables", en el catálogo de publicaciones de la editorial Tusquets en su colección "La Sonrisa vertical", quizá pocos sepan de lo que hablamos, pero los que sí, saben que, a esa colección, pertenecen sólo los que saben y sin duda, Pedro Molina Moreno, también lo es.

*Título de una película de Nagisa Oshima
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